Cuando recibí la invitación que me abría las puertas del Palazzo de Santa Caterina, de la mano de mi amigo Maurilio de Miguel, poeta, periodista y agitador cultural, estuve decidida a acudir a la cita enseguida. Desde mi infancia había escuchado hablar de esta ciudad envuelta en brumas de leyenda, donde el color y la luz importan más que las formas. Leí este texto, escrito por mi madre al pisar estas tierras, allá a finales de los años sesenta.
“Salimos de Munich rumbo a Venecia, una sombra de oro vaporoso la cubría y en una góndola arribamos cerca a la Plaza de San Marcos. Cuando estuve frente a la Basílica, que no era una Basílica, sino una enorme y deslumbrante puerta para entrar al Oriente, los rojos bermellón y los azules de Bizancio en sus enormes frescos, enmarcados por dorados estremecedores, me hicieron sentir como a una niña, que al ser trasladada en una alfombra mágica, se le concede el deseo de ver una ciudad perdida, escondida y guardada por ogros y cadenas pesadas. Creí que al traspasar la puerta, encontraría odaliscas y derviches bailando; los árabes y los turcos sacando de baúles sedas naturales del color de las turquesas; tejedores de canastos y alfombras del Pakistán, papagayos y palmeras. Cuando crucé la puerta, como sobre las olas, quedé sobrecogida ante tanta belleza; la bóveda de la iglesia era luminosa y las atmósferas más bajas del Templo eran oscuras. Fui consciente y pregunté enseguida a un hombre que parecía custodiar el lugar, a qué se debía esto, él contestó: la penumbra de abajo significa el estado de pecado e iniquidad en que viven los hombres y el esplendor de las partes altas significa el resplandor, sabiduría y santidad del “tres veces santo, Señor de todos los Ejércitos”. En ese momento se me olvidaron las mezquitas y la voluptuosa ostentación de los sultanes. Sentí el batir de las alas transparentes de los ángeles y en sus brazos fui llevada a morar en las alturas, para sentir al innombrable cabalgando sobre querubines”.
Pensé entonces que debía recorrer sus pasos, encontrar los lugares, sentir las miradas del agua, buscar las señales en este itinerario poético que me brindaba ahora el azar y la casualidad, a la que siempre le he sido profundamente fiel.
La belleza de Venecia y la poesía formaron una comunión perfecta durante esos tres días, y así empezó este viaje por lugares misteriosos y emblemáticos junto a David Egea, quien cautelosamente atrapaba la luz y el silencio de los muros en su Black Magic. A su vez Víctor Moreno, captaba bellas y precisas instantáneas, Vahído Heter Onimo e Iris Parra abrían sus sentidos líricos, mientras exploraban las máscaras de la ciudad.
¿Cómo no sentir en Venecia vértigo ante tanta belleza?.
Cuando entré en la librería Alta Aqua, un lugar poco conocido, pero absolutamente extraordinario para cualquier escritor,  donde los libros reposan en góndolas o bañeras, donde hay un rincón de lectura soberbio, que asoma al canal, mientras subes una escalera que da literalmente al cielo y  tus pies se apoyan sobre escalones compuestos por varios tomos de la Divina Comedia del gran Dante. Entonces, caes presa del síndrome de Stendhal y del recuerdo de Dante, y de los gestos de Marco Polo.
Así acudieron a mi memoria algunos fragmentos de un poema dedicado a Marco Polo.
….Marco Polo habita
Latitudes aún no visibles
Por las muecas y los gestos
Sabemos que no ha muerto.